Venezuela se enfrenta a una completa incertidumbre preelectoral, ya que tanto el partido gobernante como la oposición se ven mutuamente como amenazas existenciales, lo que aumenta la negatividad y el miedo. Esta rivalidad excesiva ha impactado las campañas electivas, y los ciudadanos ya no reciben propuestas o soluciones a cuestiones económicas, sociales o políticas. El estado político impredecible genera aprensión sobre el futuro. El espacio de participación de la sociedad venezolana se reduce si las garantías democráticas continúan deteriorándose. Las redes sociales son una plataforma para el debate político, pero están abrumadas por comentarios ofensivos y mentiras, lo que erosiona los debates constructivos. La representación política se erosiona rápidamente en un país donde la población ya no se identifica con un liderazgo desconectado, lo que lleva a una crisis de confianza dentro del liderazgo y el sistema. Después de las próximas elecciones presidenciales del 28 de julio, hay una oportunidad para quienes reconocen las preocupaciones del pueblo. Sin embargo, el gobierno actual está bajo escrutinio por su lenta reconexión con la base política. La población espera modernidad, gestión, desarrollo y más libertad, y quienes estén dispuestos a ser parte de una eventual transición política deben empezar a construirla. La política postelectoral debe ser diálogo, negociación, consenso y entendimiento entre todas las fuerzas políticas, sociales y empresariales de Venezuela. En lugar de centrarse en tener “un elegido” o “un líder”, el foco debería estar en “nosotros”, un enfoque inclusivo para atenuar los efectos del radicalismo y volver a la política con su mejor aliado, la sociedad venezolana. Texto Original por Pablo Andrés Quintero en –>ElCooperante
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