***Son las élites, y no el pueblo, las responsables de la crisis político-económica de Latinoamérica. Ellas no han sabido interpretar los reclamos y querencias de sus ciudadanos en el marco del desarrollo actual.
Por Alfredo Michelena
Echarle la culpa al pueblo, a los votantes, a los ciudadanos, es parte de un discurso muy conocido en la diatriba política. “Los pueblos tiene los gobiernos que se merecen”, es afirmado con gran pompa por los grandes filósofos del menudeo.
Es que cada vez que surge un mal gobierno, que ha sido elegido, la responsabilidad recae en los electores. Nadie se acuerda que ellos han sido manipulados y puestos en un disparadero, donde las opciones son, en muchos, casos nefastas. Cuántas veces se habla de “el mal menor”, o del “voto útil” y “votar con un pañuelo en la nariz” en el caso de la política. Es que en muchas ocasiones ese pueblo no tiene ante sí opciones óptimas. Por esto podemos hablar del fracaso de las élites latinoamericanas que no han podido encabezar y movilizar un cambio hacia el desarrollo integral de estos países.
Claro que nuestra región tiene una historia y una estructura social heredada de la España colonial, que no es proclive al desarrollo de una economía competitiva de mercado y a repúblicas verdaderamente democráticas.
Latinoamérica ha venido luchando por superar una impronta colonial absolutista, centralista y estatista, que contrasta con las sociedades democráticas que se crearon en el norte de América. La colonización en el norte, que fue una empresa privada, sucede luego de que la corona británica había enterrado el absolutismo con, entre otras cosas, la revolución de Cromwell, la Carta de los derechos del hombre (Bill of Rights) y el empoderamiento del parlamento. EE.UU. y Canadá recibieron desde su origen el regalo de la democracia, que han perfeccionado, mientras en Latinoamérica seguimos luchando por establecerla.
Cuando observamos la manera en que estos gobiernos populistas de izquierda han accedido al poder, podemos aventurarnos a decir que, antes de que ellos tomaran el mando político en muchos países, el pueblo, los ciudadanos, la gente, lo había advertido. Y el más claro señalamiento ha sido la desaparición de los partidos tradicionales, es decir, la democracia cristiana y la social democracia.
Pero más allá encontramos que incluso han advertido eligiendo candidatos que tuvieron la opción de cambiar el rumbo político que ya apuntaba hacia una hecatombe. Algunos ejemplos, la elección de Caldera, antes que Chávez; la de Mauricio Macri, antes de la vuelta del peronismo de los Kirchner o el ascenso a la Casa de Pizarro ( Perú) del outsider Pedro Casillo cabalgando la crisis de gobernabilidad que viene enfrentando ese país y luego la salida de Pedro Pablo Kuczynski.
Al momento otros países parecen estar en proceso de transición, luego del fracaso de las élites en el poder, con la posible vuelta de Lula tras el fracaso de Bolsonaro y de los outsiders Gustavo Petro o Hernández luego del de Duque.
Ya los colombianos lo habían advertido cuando en 2018 Petro llegó a la segunda vuelta, habiendo ganado la primera. Pero la élite colombiana y el gobierno de Duque no entendieron el clamor de cambio. Ahora se repite un Petro en la segunda vuelta, pero con otro ingrediente, su contrincante, Rodolfo Hernández no pertenece a los partidos tradicionales y su experiencia política es de apenas haber sido Alcalde de Bucaramanga. Dos candidatos anti “establishment”, que muestran la desilusión del pueblo colombiano con las élites; unas élites que fracasaron en su papel de llevarlos hacia mejores derroteros.
La vuelta de la Kirchner al poder en Argentina, la elección de Pedro Castillo en Perú y Boric en Chile, los probables triunfos de Lula en Brasil y de Petro o Hernández en Colombia, así como el entronamiento de Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua, son ejemplos patéticos del fracaso de las élites latinoamericanas en este siglo.
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