*** Todo parece indicar que quien lleva las riendas de Rusia es capaz de hacer muchas cosas que parecieran, para occidente, incomprensibles.
Por ALFREDO MICHELENA
La mayoría de los analistas serios tratan de entender a Putin, con base a las teorías que asumen la racionalidad de los actores políticos. Es decir, quitando del camino las apreciaciones morales y legales. Es la búsqueda del poder puro y simple. En esa racionalidad teórica los actores buscan maximizar los beneficios que en este caso es aumentar su poder. Hasta allí está bien. Pero qué pasa si dos actores que tienen la posibilidad de aniquilar al mundo, tal como lo conocemos, optan en el “juego de la gallina” – el que se aparte pierde- por no apartarse.
Que Moscú amenace a occidente con bombas atómicas, mostrándolas en las fronteras de Ucrania, es asunto de preocuparse. La racionalidad del actor político como de todo actor social o incluso de un sistema, parte del supuesto de que ese actor o sistema tratará de mantenerse y sobrevivir frente a cada reto que se le presenta en su mundo. Pero, ¿qué pasa si uno de los actores está dispuesto a ser aniquilado siempre que los demás también lo sean?
El peligro de la destrucción atómica mutua es la base de la racionalidad de la Guerra Fría, y esto mantuvo un equilibrio mundial por medio siglo.
Sin embargo, el asunto es más grave cuando no solo la carta nuclear se jugaría a partir de una acción bélica de Europa o EE.UU. sino, incluso, de una política. El Canciller ruso, Sergey Lavrov, señaló que la «única alternativa» a las sanciones de occidente es una «guerra nuclear devastadora». Todos esperamos que nada de esto se concrete, y que uno de los actores de vuelta atrás. Que se consiga un acuerdo. Es lo racional.
Pero así como en ciencias políticas la racionalidad del actor político se asume, desde otras perspectivas la aproximación es diferente. Pierre Accoce y Pierre Rentchnick en su libro “Aquellos enfermos que nos gobernaron” ( 1977) muestran como muchas decisiones cruciales de varios líderes mundiales, estudiados por ellos, fueron tomadas en momentos de desequilibrio físico o emocional con sus consecuencias domésticas e internacionales.
Es por esto que sigue pendiente la pregunta que muchos se han hecho: ¿Qué hubiera hecho Hitler si hubiera tenido la bomba atómica? Frente a la inminente derrota, ¿habría pulsado el botón rojo o se habría suicidado?
En nuestro caso, hay que preguntarse si Putin sería capaz de usar el arsenal nuclear para reconstruir un imperio ruso, el cual a su vez también estaría totalmente destruido, como toda Europa y Norteamérica, con esta decisión. Además de las consecuencias de contaminación nuclear mundial para el resto del mundo.
Esta pregunta debe hacerse también para el caso de Irán, con sus ayatolás y yihadistas, así como en el caso del dictador de Corea del Norte. Son algunos de los gobiernos inestables que poseen o quieren poseer ojivas nucleares. ¿Volveremos a las preocupaciones e histerias del pasado? ¿Tendremos que desempolvar los bunkers para escondernos de la guerra nuclear? La otra opción es retomar el proceso de desnuclearización lento, pero bien orientado, que se venía dando.
Si no priva la sensatez, ¡que Dios nos agarre confesados!
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