*** Rusia busca desestabilizar a Europa para debilitar su apoyo a la causa de Ucrania. Y utiliza la migración como arma política. Por estos lares, Maduro también la aplica.
Por Alfredo Michelena
La tumultuosa migración de ucranianos huyendo de la invasión rusa es un fenómeno que debe ser entendido más allá de lo obvio, es decir, que huyen de la guerra. En especial pues es bastante conocido que los rusos se han dado a la tarea de destruir ciudades haciéndolas invivibles. El bombardeo a la población civil, la destrucción de sus viviendas y la creación del pánico, entre otras cosas, que ha hecho a millones de ciudadanos dejar sus hogares, o lo que queda de ellos, es una táctica, que ya la habíamos visto en Siria, y cuyo objetivo, entre otros, es provocar una migración que en el corto a mediano plazo produzca desestabilización en Europa. La avalancha de seres humanos desvalidos, con dificultad de ser acomodados productivamente en esas sociedades, va a generar un impacto muy grande en esos países. El uso de la migración como arma política -en ingles la weaponization de la migración- ya ha sido utilizada contra Europa, recordemos a Turquía y los refugiados sirios. O más recientemente los migrantes, en buena parte no bielorrusos, tratando de entrar a Polonia.
La primera reacción puede ser positiva, de apertura. Los migrantes son recibidos con los brazos abiertos, la sociedad civil, así como los gobiernos, se organizan para recibirlos y darles apoyo. Muy probablemente, en el caso de Ucrania, esta migración sería temporal si lo de la guerra se resuelve en pocas semanas o meses, entonces este estadio no se producirá. Pero si no, los problemas aumentan exponencialmente.
Poco a poco el volumen de familias se muestra abrumador y tanto los gobiernos como las ONG se vuelven incapaces de dar una respuesta adecuada. Entonces, estos migrantes, que tienen dificultades de valerse por sí solos, comienzan a verse como una carga y se disparan los movimientos antimigratorios y xenófobos.
Esto es justamente lo que ha pasado con los migrantes venezolanos a lo largo y ancho de las Américas. Pasaron de ser percibidos como un valor agregado a la sociedad, a verse como carga para el Estado receptor. Así los países hermanos que acogieron muy entusiasmados las primeras olas migratorias, ahora cada vez más ponen barreras para el ingreso de venezolanos, incluso físicas, como las trincheras que acaba de construir Chile para impedirles el paso.
Al igual que en el caso de Rusia, el régimen de Maduro está usando esta migración como un mecanismo de desestabilización política. Con las primeras oleadas, Maduro infiltró cuadros políticos que fueron a hacer agitación y propaganda y así se reseñó en las protestas del año 2019, que fueron apoyadas desde Venezuela y Rusia a través de los medios electrónicos con sus ejércitos de trolls. Recordemos como Maduro, dirigiéndose al Foro de Sao Paulo en ocasión de estas protestas dijo: “vamos mejor de lo que pensábamos, y todavía lo que falta… No puedo decir más”.
Es la desestabilización por migración masiva. Esto produce el desarrollo de la xenofobia antimigrante frente a un Estado que ya era deficitario para sus nativos; entonces surgen los movimientos de derecha xenófobos que abogan por el cierre de fronteras y la expulsión de los extranjeros; y por supuesto los de izquierda radical que azuzan las protestas sociales y acusan a los gobiernos de incompetentes, prometiendo villas y castillas.
Sin querer establecer ningún tipo de correlación, se puede observar que en los países de masiva recepción de venezolanos se han producido cambios políticos importantes, que tienen como hilo conductor la pérdida de confianza en el gobierno. Mientras tanto, los partidos y movimientos que se definen dentro del “progresismo”, articulados tanto en el Foro de Sao Paulo, como en su versión edulcorada, el Grupo de Puebla, están en camino de recuperar el poder que hasta hace poco no pudieron mantener por su orientación política, sus grandes fallas y la corrupción.
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