El país languidece y ni el régimen ni la oposición han sido capaces de avanzar en sacarlo de ese infierno (Almagro dixit), pues las evidentes contradicciones de cada grupo y la polarización entre ellos paralizan la búsqueda de soluciones consensuadas.
Por Alfredo Michelena
El régimen de Maduro vive en una montaña rusa, argumentábamos en mi artículo anterior. Decíamos que esta alianza delincuencial en el poder que domina a Venezuela, o “pranato”, no ha podido concitar un consenso interno más allá de mantenerse asido al poder. Los diferentes grupos que predan de las riquezas y potencialidades de Venezuela lo hacen desordenada y contradictoriamente, guiados cada uno por el provecho de corto plazo. Por esto, el régimen fracasa una y otra vez en alcanzar los objetivos de desarrollo que propone. Los ejemplos son abrumadores, desde los motores de desarrollo hasta la limpieza del rio Guaire, pasando por el abatimiento de la inflación.
Lo grave es que este comportamiento también lo observamos en la oposición. Sórdidas batallas se libran a diario entre los atomizados grupos opositores al régimen, que solo tienen en común llegar al poder, para lo cual deben sacar a Maduro.
A pesar del discurso bien intencionado de muchos y el desprendimiento y arrojo indiscutible de otros, no logran articular una estrategia consensuada más allá de la retórica antichavista y de los lugares comunes de las denuncias.
La oposición ha tenido indiscutibles éxitos políticos que no se han podido consolidar por la mezquindad que reflejan. Recordemos cómo se logró conquistar el parlamento, para perder ese poder, en la imposibilidad de consensuar una estrategia común. O la concreción de un gobierno interino con reconocimiento internacional que hace aguas. Y pare Ud. de contar.
“Los políticos venezolanos le deben a su pueblo soluciones, …, le deben mucha probidad republicana”, nos dice Luis Almagro, Secretario General de la OEA, al ver estas coincidencias, en lo que él describe como “un infierno sin salida”.
¿Qué nos pasa?
Este despelote “bilateral” nos hizo recordar algo que escribió Alexis de Toqueville en la primera de la “Cartas sobre la situación interior de Francia” escrita en 1843, donde se refiere al “mal francés”. Allí nos dice: “… la virtud política apenas existe entre quienes … gobiernan, y … la ambición de estos, su oportunismo y su egoísmo casi nunca tienen otros límites que los impuestos por la opinión pública. ¿Opinión pública en Venezuela? Y agrega “… los gobernantes [ y agregaría los dirigentes]… no son sino lo que la nación les obliga a ser; y es sobre todo a ella a la que deben atribuirse sus debilidades y sus vicios.” Es decir, son reflejo de la sociedad en que viven.
¿Será que así somos los venezolanos?, y se cumple aquello de que “tenemos el gobierno [y los dirigentes] que nos merecemos”. ¿Es el mal venezolano?
En todo caso, debemos recordar que en Venezuela existen y han existido hombres probos, gobernantes y dirigentes con virtud política, muchos de los cuales, por cierto, no son tan queridos por las masas, que prefieren las “virtudes” populistas de los demagogos que endulzan sus oídos. Pero los que han llegado al poder nos han dejado grandes contribuciones en nuestro desarrollo.
En esa misma carta, Toqueviile se refiere a esa Francia, que ya había pasado por su revolución y estaba saliendo de la Primera República, y la caracteriza diciendo que “Una pusilanimidad y un letargo universal se han adueñado de esta nación, tan audaz y viva”. ¿Será que de esto también sufre Venezuela?
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